El trasplante La lluvia golpeaba los inescrutables muros con arrebato; las fuertes ráfagas de viento arrasaban las ramas de los árboles; los relámpagos anunciaban la angustia; los truenos retumbaban sentenciadores. El cielo parecía un infierno y el castillo se erigía con firmeza apuntando al ocaso. Mas en su interior, el Conde de Vermont se deleitaba con abundante vino y sustento, ajeno a la tempestad. De vez en cuando desmenuzaba un poco de pan o carne para su horrendo cancerbero, un animal deforme de dos cabezas. Una de ellas era negra como las oquedades de la tierra, hercúlea y gigantesca, con una quijada muy fuerte. Mientras que la otra era marrón como las deposiciones, muy fina y alargada. La oscura engullía el alimento con suma premura y por ello la criatura padecía malas digestiones. También sufría gastritis crónica agravada por culpa de la cabeza estrecha que se comía las heces. Ambos seres lo pasaban mal dado que compartían el mismo organismo, aunque también se hacían c
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Deisy En la mansión más antigua del pueblo de Hyunkeltown habitaba la anciana más acaudalada del lugar, Madam Charlotte White. Desde que enviudó se convirtió en una persona huidiza que no charlaba con nadie. El abandono y el descuido de su familia que emigró a otro país, también contribuyó a su afán de soledad. Su única compañía era su perra Deisy, una dachshund demasiado malcriada. La mente humana es inescrutable y digna de estudio, y la situación de la señora White era un buen abono para los delirios. Al mismo tiempo, los animales no son prejuiciosos y su compañía es fidedigna. Enemistada con su familia, deliberó que su principal heredera fuera Deisy y nadie pudo persuadirla de lo contrario. Sus excentricidades se dieron a conocer abiertamente el día en que decidió celebrar el undécimo cumpleaños de su perra por todo lo alto. En ese especial evento, invitó a toda la gente de Hyunkeltown que tuviera animales. Fueron muchos los que no se personaron, porque les pareció
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