El trasplante


La lluvia golpeaba los inescrutables muros con arrebato; las fuertes ráfagas de viento arrasaban las ramas de los árboles; los relámpagos anunciaban la angustia; los truenos retumbaban sentenciadores. El cielo parecía un infierno y el castillo se erigía con firmeza apuntando al ocaso. Mas en su interior, el Conde de Vermont se deleitaba con abundante vino y sustento, ajeno a la tempestad. De vez en cuando desmenuzaba un poco de pan o carne para su horrendo cancerbero, un animal deforme de dos cabezas. Una de ellas era negra como las oquedades de la tierra, hercúlea y gigantesca, con una quijada muy fuerte. Mientras que la otra era marrón como las deposiciones, muy fina y alargada. La oscura engullía el alimento con suma premura y por ello la criatura padecía malas digestiones. También sufría gastritis crónica agravada por culpa de la cabeza estrecha que se comía las heces. Ambos seres lo pasaban mal dado que compartían el mismo organismo, aunque también se hacían compañía.


La Bestia era un ser único, obsequio de Sir Dominick Rider, un viejo amigo y científico perturbado pero dotado de gran genialidad. Dedicado durante largos años a la creación de su gran obra, su objeto final era dotar de vida a un ser monstruoso similar a un cancerbero. El experimento no fue desastroso pero tampoco alcanzó sus elevadas expectativas. El Conde de Vermont, coleccionista de taxidermia con malformaciones, se sintió atraído por el resultado y le ofreció una cuantiosa suma de dinero a cambio de la criatura. No obstante, el señor Rider se la donó considerando que una labor mal hecha no merece ser recompensada y también en beneplácito de su legítima amistad. Tras aquello volvió a encerrarse en su hermético laboratorio obcecado en su gran y decisiva creación.


La dolencia de la Bestia progresaba hasta que el señor del castillo tomó la decisión de llevar a cabo una complicada cirugía para separar ambas cabezas: una de ellas quedaría en el cuerpo, pero la sobrante sería trasplantada a otro torso, sólo faltaba concretarlo y hablar con míster Rider para que ejecutara la operación. No fue difícil encontrar una víctima para implantar al ser restante. La respuesta la halló en el cementerio de sus tierras, un lugar donde se guarnecían los marginados. Allí, entre criptas, sepulturas y hojarasca, se cobijaba un decrépito jorobado; si desaparecía nadie lo echaría de menos. La siguiente cuestión era decidir qué desafortunado animal sería el intervenido y condenado a un cuerpo contrahecho, no obstante esta resolución se la confió al científico quien haría la intervención.


Sir Rider continuaba trabajando en su extraño laboratorio creando a la bestia perfecta, un animal contra natura. Su metodología vulneraba la ética y traspasaba las fronteras de la ciencia. Experimentaba con cadáveres profanados del camposanto y bregaba con el ocultismo. No sería una ardua faena para él trasplantar una cabeza al cuerpo de un marginado jorobado. El Conde le envió una carta para citarlo en su castillo y llevar acabo el singular plan.


Muy Sr. mío y amigo:


Renuevo a Ud. una demostración de mi afectuosa amistad con mis más sinceros deseos de éxito hacia su gran obra, quiera así el cielo concedérselo.

Pronto hará seis años que para mi júbilo y custodia me donasteis al cancerbero y muchos son los motivos que tengo para agradecéroslo. Mas últimamente una terrible dolencia se ha apoderado de él. Permítame pues con motivo de ésta pedirle que acuda a mi castillo con premura. Espero que recibáis benignamente mi petición, nacida únicamente del afecto y de la confianza que le profeso.

Vuestro siempre fiel amigo y compañero, el Conde de Vermont.


Así fue como raudo y veloz, acudió a visitar al señor del castillo y a su primera creación. Pero queridos lectores, insisto en que Sir Rider era un genio no exento de locura. Y así era capaz de engendrar una quimera como de cometer un disparate pueril. Su animal predilecto era el gato, libre y misterioso por naturaleza; él tenía uno atigrado que lo acompañaba siempre, principal amuleto, amo y dueño de todas sus pertenencias. Por ello determinó que el felino seleccionaría la criatura elegida para la operación. La primera cabeza con la cual se frotara sería la escogida.


Se cuentan muchas leyendas contiguas al lugar, pero la más popular afirma que el felino se rozó con ambas criaturas a la vez y que desde entonces algunas noches se puede observar en el cementerio un ser decadente y con chepa que vaga penosamente entre las sepulturas, junto a sus otras dos cabezas zoomorfas que aúllan a la luna llena. Aunque normalmente la grotesca criatura se encuentra en el interior del castillo junto a su amo y señor el Conde de Vermont. Se especula que su vitalidad mejoró y por ende el resultado fue efectivo, aunque el Conde tuvo que dar sustento a tres bocas en vez de a dos.


Por su parte, el señor Rider continuó trabajando en su laboratorio, sólo el Conde conocía su secreto. Al parecer logró realizar su grotesca inventiva, mas todo indicó que la creación mató a su propio creador, pues lo hallaron muerto y desmembrado. Su cuerpo presentaba múltiples rasgaduras de zarpas gigantescas y encontraron enormes huellas de felino en las proximidades. Su gato atigrado había desaparecido. Los inspectores no comprendieron nada. Qué clase de animal era ese capaz de cometer semejante atrocidad.


Durante décadas hubo muchos fallecimientos similares por la zona y ése se convirtió en un lugar maldito. Se sospechaba que un felino más grande que todos los existentes vagaba por allí. Su instinto depredador era infalible y pobre de quien se adentrara por esas impías tierras. El animal fue categorizado dentro del campo de la criptozoología1 como Gigantesco gato mortífero.


El Cancerbero se convirtió en una leyenda local y la otra criatura terminó siendo categorizada en los límites de la ciencia. Quizás su creador por fin estuviese orgulloso desde el Infierno.









1.Según el Diccionario Etimológico: es el estudio e investigación de animales legendarios para evaluar la posibilidad de su existencia.

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